Red de tráfico humano desmantelada en operación conjunta en la frontera norte

El Departamento del Tesoro de Estados Unidos dio a conocer este jueves una acción sin precedentes contra una red criminal que ha convertido a Cancún en uno de los puntos neurálgicos del tráfico humano hacia el norte. La organización conocida como Bhardwaj Human Smuggling Organization (HSO), con raíces profundas en la Riviera Maya, no solo mueve personas —mueve dinero, poder y corrupción— entre tres continentes.

Red de tráfico humano desmantelada en operación conjunta en la frontera norte

Según las autoridades, esta red opera como una maquinaria silenciosa: desde yates que desembarcan en playas olvidadas hasta camiones de carga disfrazados como transporte turístico. Los migrantes, muchos de ellos provenientes de Pakistán, Nepal, Venezuela o Siria, son alojados en hoteles de baja estancia en la zona hotelera, donde reciben instrucciones claras: esperar, callar, moverse de noche. Luego, son conducidos por rutas que conectan Cancún con Tapachula y Mexicali —un corredor bien engranado, con agentes en los aeropuertos, policías corruptos y empresarios que lavan ganancias en negocios legales: inmobiliarias, centros de distribución, incluso estaciones de gasolina.

El hombre al frente, Vikrant Bhardwaj, no es un nombre extraño en los círculos de negocios de Quintana Roo. Con doble nacionalidad —india y mexicana—, supo mezclar la apariencia de inversionista con la realidad de traficante. Sus compañías en México, India y los Emiratos Árabes Unidos no solo movilizan personas, sino también millones en efectivo, ocultos detrás de contratos de construcción, importaciones de electrónicos y propiedades en Playa del Carmen. Su esposa, Indu Rani, gestionaba las cuentas, firmaba cheques y movía fondos con la precisión de una contadora, pero con el alma de una cómplice.

Entre los otros nombres en la lista de sanciones están figuras conocidas en los círculos locales: José Germán Valadez Flores, vinculado a grupos de narcotráfico que operan en la frontera sur, y Jorge Alejandro Mendoza Villegas, exoficial de la policía estatal que usaba su acceso al aeropuerto de Cancún para facilitar la entrada de personas sin documentación, a cambio de sobornos en efectivo. No era un caso aislado: era un sistema.

Dieciséis empresas fueron congeladas, todas con presencia en México. Algunas llevaban nombres inocentes: “Turismo Maya Express”, “Inversiones Caribe”, “Logística Global S.A.”. Detrás de cada una, la misma estructura: dinero sucio, documentos falsos, rutas bien marcadas. Las autoridades mexicanas —la UIF, la HSI y la DEA— trabajaron durante más de un año para desenmarañar esta red, sin que nadie en Cancún lo supiera. Hasta ahora.

“Esto no es solo sobre migrantes”, dijo una fuente cercana al operativo. “Es sobre cómo una ciudad turística se convirtió en un puerto de salida para el crimen organizado, y cómo la gente normal —dueños de hoteles, choferes, empleados de agencias— dejó de preguntar, y empezó a mirar hacia otro lado.”

En las calles de Cancún, la reacción es mezclada. Algunos temen represalias. Otros, simplemente suspiran. “Ya sabíamos que pasaba”, dijo una mujer que trabaja en un hostal cerca de la avenida Kukulcán. “Pero nadie quería creer que era tan grande, tan organizado… y que tenía cara de empresario.”

La acción estadounidense no es solo un golpe policial: es una advertencia. A quienes creen que la frontera termina en Tijuana. A quienes piensan que el tráfico humano es un problema del norte. Aquí, en el sur, donde el sol brilla y las olas llegan suaves, el crimen organizado ya no necesita esconderse en la selva. A veces, solo necesita una cuenta bancaria, un traje bien cortado y la mirada de alguien que ya no quiere ver.