Productores de maíz logran primer paso hacia un cambio estructural en los precios y apoyo gubernamental
Lo que empezó como un grito en los caminos de la sierra se convirtió en un susurro que llegó hasta la Cámara de Diputados: “No queremos ayuda. Queremos dignidad”. Los campesinos de Michoacán, Guanajuato y Jalisco no pidieron subsidios ni discursos. Pedieron que les escucharan. Y por primera vez en más de una década, el gobierno no respondió con cifras, sino con puertas abiertas.
Los 950 pesos por tonelada que se acordaron no son un precio fijo, ni un seguro contra la crisis. Son un puente. Un primer paso entre lo que se pagaba —menos de 500 pesos— y lo que realmente cuesta sembrar, regar, cosechar y transportar el maíz blanco que alimenta a más de 70 millones de mexicanos. Pero lo verdaderamente nuevo no está en el número. Está en que, por primera vez, el gobierno reconoció que el maíz no es un producto más. Es memoria. Es raíz. Es lo que queda cuando el petróleo se agota y las fábricas cierran.
Detrás de la mesa de negociación hubo historias que no entraron en los comunicados. Mujeres que guardan semillas en ollas de barro, heredadas de sus abuelas, y que hoy las entregan a jóvenes que regresan del norte con títulos en agronomía y las manos llenas de callos. Ancianos que recordaban cuando el maíz se intercambiaba por sal, azúcar, o incluso medicinas. “Antes, el maíz valía más que el petróleo. Hoy, el petróleo nos pide que lo dejemos de valer”, dijo un viejo productor de Uruapan, sin mirar a la cámara.
Se producen 12.3 millones de toneladas de maíz blanco al año en esos tres estados. El 87% de ese grano no va a las plantas de biocombustibles, ni a los feedlots de Texas. Va a las tortillerías de Ciudad Juárez, a los mercados de Tijuana, a las cocinas de Guadalajara y a las mesas de los pueblos que nadie ve en los noticieros. Y hasta hace un mes, muchos de esos productores recibían menos de lo que cuesta un litro de gasolina por cada kilo que cosechaban.
La Secretaría de Agricultura no anunció nuevos programas. No prometió cheques mensuales ni créditos con intereses bajos. Pero sí abrió una mesa permanente de seguimiento —con rotación de productores, técnicos y economistas—, sin filtros, sin burocracia encubierta. Nadie más será un número en un informe anual. Ahora, quienes siembran tendrán voz en las decisiones. Y no solo al final del año, sino cada mes, cada trimestre, hasta que el precio de garantía deje de ser una promesa y se vuelva costumbre.
En Silao, los camiones que ayer bloquearon la carretera federal hoy regresan cargados de maíz. Sin gritos. Sin pancartas. Sin cámaras. Solo con una nueva certeza: esto no fue un triunfo. Fue un inicio. Y en los pueblos donde el viento trae el olor de la tierra mojada, ya se empieza a preguntar: ¿y si esto es lo primero de una nueva forma de ver la tierra? ¿Y si lo que cambió no fue el precio, sino la mirada?