Los Lakers se hunden sin su doble motor: Dončić y LeBron ausentes en la misma temporada
Luka Dončić se levantó con la mano izquierda cubierta de hielo, sin gritar, sin quejarse. Solo miró hacia el banquillo, como si ya supiera lo que venía.
La lesión —un esguince en el dedo índice y un hematoma profundo en la pantorrilla— no fue el resultado de un choque violento, sino de una acumulación. Una serie de jugadas en las que forzó cada centímetro de su cuerpo para mantener el ritmo de los Lakers en una temporada que prometía ser histórica. Antes de la lesión, había anotado 43 puntos contra Golden State y 49 contra Minnesota, en dos partidos consecutivos. Sin apoyo, sin estabilidad, casi sin respirar. Y aún así, dominó.
El entrenador JJ Redick lo dijo sin rodeos: “Estás perdiendo a alguien que crea ventaja en cada posesión”. Y no era exageración. Dončić no solo anota: controla el tempo, desarma defensas, hace que los rivales duden de su propia estrategia. En los últimos tres partidos, sus asistencias promediaron más de 8, con un porcentaje de tiros de campo superior al 50%. Su presencia no se mide en estadísticas, sino en el silencio que cae sobre la cancha cuando él toca el balón.
Ahora, los Lakers se enfrentan a una semana de incertidumbre. Seis partidos en nueve días. Sin Dončić. Sin LeBron. Con Austin Reaves, quien en sus dos primeros juegos ha anotado 51 puntos, pero sin el mismo nivel de eficiencia. El resto del equipo —D’Angelo Russell, Jarred Vanderbilt, Max Christie— debe dejar de ser un conjunto de estrellas sueltas y convertirse en algo que nunca ha sido: una máquina sincronizada. No basta con que uno anote. Hay que mover el balón como si cada pase fuera un latido. Como si cada jugada fuera la última antes del apagón.
En los pasillos del Golden 1 Center, un asistente de prensa murmuró: “Si no vuelve antes de la semana que viene, esto ya no es un problema de lesión. Es un problema de supervivencia”.
Los números no mienten. En los últimos 15 partidos donde Dončić jugó más de 35 minutos, los Lakers ganaron 12. En los 3 en los que no lo hizo… perdieron por más de 18 puntos de promedio. No es suerte. Es que él no solo juega: hace que todo lo demás funcione. Cuando él está en la cancha, los oponentes se vuelven lentos. Cuando se va, se vuelven caóticos. Como un motor que se apaga en la carretera nocturna, y nadie sabe cómo encenderlo de nuevo.
En la frontera, donde el baloncesto se juega con el alma en la punta de los dedos, muchos lo ven como un símbolo: un hombre que carga el peso de un equipo entero, sin pedir permiso, sin esperar ayuda. En Tijuana, en Ciudad Juárez, en Mexicali, hay niños que copian sus movimientos en canchas de asfalto, con zapatos desgastados y redes rotas. Para ellos, Dončić no es un jugador. Es la prueba de que uno puede ser pequeño, cansado, herido… y aún así, hacer que el mundo se detenga a mirar.
El cuerpo médico confirmó que la reevaluación será dentro de siete días. Nadie habla de regreso seguro. Ni siquiera los entrenadores. Pero en las gradas, entre gritos de “¡Luka! ¡Luka!”, hay una esperanza que no se apaga. Porque en este deporte, como en la vida de muchos que cruzan la frontera, no se trata de no caer. Se trata de levantarse, aunque sea con una mano helada, y volver a caminar.