Nogales: la ciudad que acoge lo que otros rechazan
Nogales ya no es solo una frontera: es el corazón que late sin pausa por quienes regresan. Cada día, 60 mexicanos cruzan sin saber qué los espera… pero saben que aquí los recibirán. Sin papeles, sin miedo, sin importar cómo llegaron: hay un abrazo, un pasaporte, una segunda oportunidad. Porque en la frontera, lo humano nunca se deporta.
Nogales ya no solo es una puerta de entrada entre dos mundos: es hoy el punto más concurrido de repatriación de mexicanos desde Estados Unidos, superando a tradicionales cruces como Tijuana y Ciudad Juárez. No es fruto del azar, sino de una red silenciosa pero eficaz de trabajo conjunto entre autoridades de ambos lados de la frontera, según explicó el Cónsul General de México en Nogales, Arizona, Marcos Moreno Báez.
Desde que esta oficina consular abrió sus puertas, no ha cejado en su misión: estar presente en cada regreso, en cada historia de vuelta. No se trata solo de entregar papeles o coordinar traslados. Es ofrecer un abrazo antes de que el miedo se haga más fuerte. “Aquí no cerramos puertas —dice el cónsul—. Cada persona que llega tiene un nombre, una familia, una historia que no termina cuando cruza la línea”.
Nogales es el único punto fronterizo donde el flujo de personas que regresan no se ha interrumpido ni un solo día. No por casualidad. Porque aquí, desde la policía federal hasta los agentes de ICE, pasando por el ejército mexicano, las autoridades locales y el Consulado, todos sabemos que el trabajo no se detiene porque alguien lo diga en un discurso. Se hace porque hay gente que necesita ayuda. Y esa ayuda no espera a que se resuelvan las discusiones políticas.
Los números hablan. En las primeras tres semanas de octubre, 1,120 mexicanos fueron repatriados por esta frontera —un promedio diario de casi 60—, casi el doble de lo registrado hace solo unos meses. No es un aumento repentino, sino una tendencia que se ha ido tejiendo entre los camiones de la Patrulla Fronteriza y los camiones de la Guardia Nacional. La mayoría de ellos, tras pasar por el centro de recepción, siguen su camino hacia Hermosillo, Guadalajara, o incluso más al sur. Solo una pequeña fracción se queda. No por elección, sino porque no tienen a dónde ir.
Antes, en esta misma época, apenas llegaban 20 o 30 personas por semana. Ahora, en un solo día, podemos recibir más de 50. Y lo más importante: nadie se queda sin atención. No importa si llegó con ropa de la cárcel, sin documentos, o con un hijo en brazos. Aquí se les recibe, se les registra, se les orienta. Y si necesitan un pasaporte, una matrícula consular, o alguien que les diga qué hacer con una orden de deportación, el Gobierno de México está aquí. Sin cobrar un peso.
Moreno Báez no solo habla de cifras. Habla de padres que regresan para estar con sus hijos nacidos en Estados Unidos, de mujeres que fueron separadas de sus familias durante años, de jóvenes que nunca conocieron México, pero que ahora lo llaman hogar. “No son estadísticas —dice con voz firme—. Son nuestros. Y mientras haya uno solo que necesite ayuda, aquí seguiremos”.
Invita a todos los mexicanos que viven en el condado de Santa Cruz, en Sahuarita, en Green Valley o incluso en Tucson, a no esperar hasta que la crisis los alcance. Acérquense al Consulado. No importa si no tienen papeles, si no hablan bien el español, si tienen miedo. Allí les recibirán. Les ayudarán a renovar su pasaporte, a tramitar la matrícula consular, a entender sus derechos. Y si necesitan apoyo legal, hay abogados dispuestos a acompañarlos. Todo gratis. Todo con el respaldo del Instituto de los Mexicanos en el Extranjero.
“La frontera no se acaba en la cerca —dice el cónsul mirando hacia el norte—. Se acaba cuando dejamos de ver a la otra persona como un número. Aquí, seguimos viéndola como un mexicano que quiere volver a casa”.