Sheinbaum rechaza presencia militar estadounidense en aguas mexicanas del Caribe y Pacífico
No fue un grito, fue un susurro que sacudió el mundo. Claudia Sheinbaum recordó que las leyes no se negocian con balas, sino con respeto. En el mar, donde no hay fronteras visibles, lo que se pierde no es droga… es confianza. Y eso, nadie lo puede recuperar con operativos.
La respuesta no vino de los despachos diplomáticos ni de los comunicados pulidos de las cancillerías. Fue en la voz tranquila de quien no necesita gritar para ser escuchada: Claudia Sheinbaum, con el peso de lo vivido y la calma de quien no deja que el miedo escriba su historia, dijo lo que muchos callan: “Obviamente nosotros no estamos de acuerdo”. No fue un ultimátum. Fue un recordatorio, firme como el mar que separa y une a dos naciones: las leyes internacionales no se negocian con balas.
Lo que pasó en esas aguas del Pacífico no fue una operación más. Fueron barcos armados cruzando líneas que ni siquiera están dibujadas en los mapas, sin aviso, sin permiso, con el argumento de cazar narcotraficantes. Pero en el océano, donde el horizonte no tiene fronteras, la soberanía se desvanece con un solo disparo. México conoce esa sensación: la de ver cómo alguien entra por la puerta trasera, cuando sabes que la delantera aún está cerrada.
La presidenta recordó algo que el ruido mediático quiere olvidar: que el narcotráfico no se gana en el mar con fuego y silencio, sino con redes de información, con policías capacitados, con jueces que no se rinden, y con acuerdos que se respetan —no se rompen cuando conviene. No se trata de defender a los criminales. Se trata de defender el pacto que, aunque se quiera ignorar, sostiene la paz entre naciones. “Hay protocolos. Hay procedimientos. Y no se saltan por conveniencia”.
Las lanchas que se hundieron no eran solo cargamentos de cocaína. Eran testigos. De una guerra que ya no se pelea en los barrios ni en los caminos rurales, sino en el mar abierto, donde nadie ve, nadie escucha, y las reglas se escriben con armas en vez de con tratados. Mientras algunos celebran el “éxito” en las redes, otros recordamos que la legalidad no se mide en cuerpos caídos, sino en el cumplimiento de lo acordado.
Washington insiste en que actúa bajo el mismo objetivo: acabar con el tráfico. Pero en la frontera, donde el viento trae noticias de ambos lados, la pregunta ya no es si se detiene la droga. Es si, al hacerlo, se está perdiendo algo más valioso: la confianza entre vecinos. Porque cuando un país entra sin llamar, no importa si trae armas o ayuda: lo que queda es la herida de la desconfianza. Y esa, no se limpia con declaraciones. Se cura con respeto.