China se enfrenta a su mayor desafío demográfico en décadas

La tasa de fecundidad se desploma a 1.1 hijos por mujer, un récord mínimo que pone a México entre los países con menor natalidad en América Latina. A pesar de los incentivos estatales —como el apoyo económico de hasta 15 mil pesos por nacimiento, guarderías gratuitas en zonas urbanas, y la ampliación de la licencia parental para padres—, las cifras no se mueven. En 2024, apenas 2.07 millones de nacimientos se registraron: un leve repunte respecto al año anterior, pero más un espejismo de festividades que una señal de cambio real.

China se enfrenta a su mayor desafío demográfico en décadas

Detrás de esos números hay vidas que deciden callar. “No es que no quiera ser mamá, es que no quiero que mi hija crezca viendo cómo me agoto entre dos trabajos y una deuda que nunca termina”, dice Marisol, de 32 años, trabajadora de una tienda de autoservicio en Tijuana. Su historia se repite en cada esquina del norte: en Ciudad Juárez, donde una joven de 26 años pospuso el embarazo por cinco años porque el costo de una cuna y pañales superaba su salario mensual; en Reynosa, donde un hombre de 30 confiesa que no quiere hijos porque “no tengo ni para pagar el agua, qué va a ser una universidad”; en Mexicali, donde tres clínicas reportan un aumento del 50% en consultas de anticoncepción de largo plazo, no por miedo al embarazo, sino porque “no quiero darle a un niño un futuro que yo no pude tener”.

Las encuestas lo confirman: 63% de las mujeres entre 20 y 35 años en el norte del país dicen que la maternidad ya no es un objetivo, y entre quienes tienen estudios superiores, esa cifra llega al 71%. La economía no es la única barrera —aunque criar a un hijo hasta los 18 años cuesta en promedio 850 mil pesos, casi el doble del ingreso familiar anual en muchos municipios—, sino un sistema que sigue exigiendo que la mujer lo haga todo: trabajar, cuidar, educar, y hacerlo sin redes, sin apoyo masculino real, sin políticas que reconozcan que la crianza no es un deber femenino, sino una responsabilidad compartida.

En Nuevo Laredo, una madre de dos hijos cuenta que su pareja solo cambia pañales cuando no hay partido de fútbol. En Tepic, una pareja decidió no tener hijos porque el costo de una inscripción en preescolar público equivalía a dos meses de gasolina. En Chihuahua, jóvenes que migran hacia Estados Unidos por trabajo temporal ya no regresan con la intención de formar familia: “Aquí no hay futuro, y allá no hay raíces”, dice un joven de 28 años que envía remesas pero no fotos de bebés.

Las medidas oficiales, aunque bien intencionadas, no tocan la herida profunda: la nueva generación no rechaza la familia. Rechaza la injusticia. En un país donde el acceso a la salud, la vivienda digna y la educación pública sigue siendo una lotería, elegir no tener hijos ya no es una decisión romántica ni rebelde. Es la única forma de no perderse a uno mismo en el intento de darle algo que el sistema nunca prometió.