Tucson vence a Mexicali 7-6 y se lleva la serie en la frontera
En el estadio de Mexicali, donde el viento del desierto juega con las pelotas y el público grita con el corazón en la mano, Tucson y las Águilas se enfrentaron en una batalla que no se olvidará pronto. La alineación local, con Cade Gotta al bate, Alejandro Flores en la base y Yadir Drake acelerando cada jugada, no se rindió ni un segundo. Por el lado de Arizona, Bobby Bradley, Agustín Ruiz y Alejandro Quezada respondieron con fuego en las manos y decisión en los ojos, como si cada pitcheo fuera una declaración de guerra.
La segunda entrada fue la que encendió el polvo. Gotta abrió con un jonrón que cruzó el muro derecho como un cohete, y Mexicali respiró aliviada. Pero en el otro lado del diamante, Bradley respondió con su primer cuadrangular de la temporada: una pelota que voló alto, largo, y que dejó a toda la tribuna en silencio… hasta que los aficionados de Tucson estallaron. Ruiz, con un sencillo limpio, puso a correr a Quezada, quien, con una jugada de cabeza y un slide que casi rompe el suelo, llevó la carrera del empate. Nadie lo vio venir. Nadie lo olvidará.
En la quinta, Tucson no solo empujó carreras: las lanzó como fuego. Una base llena, un doble de Rivera que se coló entre el shortstop y el third, y luego, el sencillo de Quezada que lo cambió todo. Tres carreras. El estadio tembló. Las Águilas respondieron en la séptima: López con un sencillo, Drake con un batazo que llegó hasta el jardín central, y Hernández, con un batazo de sacrificio que parecía un suspiro… pero que valió más que un grito. El marcador se mantuvo al filo del cuchillo: 7-6.
Fernando Lozano, con el brazo cansado pero el alma firme, dio lo que tenía en tres entradas y un tercio —cuatro carreras, pero con dignidad. Y cuando Garrett Alexander entró en la novena, con el silencio de un hombre que sabe que su trabajo no se mide en outs, sino en corazones, no hubo dudas. Cinco bateadores. Cinco outs. Ninguno llegó a la base. La pelota volvió al guante como si lo hubiera llamado el viento.
En la grada, familias enteras abrazaban a sus hijos, viejos con gorras desgastadas por el sol, jóvenes con teléfonos grabando cada momento. No era solo un partido. Era una frontera viva, donde el béisbol no separa, sino une. Tucson se llevó la victoria, sí. Pero Mexicali se llevó el alma del juego.