Nogales alberga la fase final del Campeonato Nacional de Béisbol Veteranos Súper Máster

El béisbol no se jubila, se vuelve más fuerte. En Sonora, los héroes tienen canas, rodillas que crujen y un swing que aún hace temblar la cerca. Aquí no se juega para recordar… se juega porque la pelota aún duele en la mano. Y los nietos, por primera vez, ven lo que el corazón nunca olvidó.

Nogales alberga la fase final del Campeonato Nacional de Béisbol Veteranos Súper Máster

El Campeonato Nacional de Béisbol de Veteranos Súper Máster llega a Sonora con el sabor de las tardes de verano, el olor a maíz tostado en los stands y el eco de los gritos que nunca se apagan, aunque los años sí pasen.

Doce equipos, cada uno con una historia escrita en bates desgastados y guantes que han visto más innings de los que muchos recordamos, se enfrentarán en una batalla donde el orgullo pesa más que el récord. Entre ellos, los legendarios Los Temidos Jugadores de Nuevo León, los impredecibles de Baja California, los veteranos de Estado de México, Morelos, Sinaloa, Baja California Sur, San Luis Potosí y Chiapas. Pero el corazón del torneo late en las tres caras de Sonora: Sonora Azul, Sonora Guinda y Sonora Blanco, los anfitriones que no solo reciben, sino que recuerdan —porque muchos de ellos jugaron en las ligas menores antes de que el béisbol mexicano se volviera un recuerdo lejano para muchos.

La competencia se divide en tres grupos de cuatro, con partidos jugados al calor del mediodía en Hermosillo, Ciudad Obregón y Nogales —ciudades donde el béisbol nunca dejó de ser parte del alma comunitaria. Los dos primeros de cada grupo y los dos mejores terceros avanzarán a la fase final, donde cada bola lanzada puede ser la última que un jugador de 50, 55 o 60 años dé en la vida. No hay contratos ni televisión nacional, pero sí silencios tensos en los stands, aplausos que se levantan como olas y niños que por primera vez ven a sus héroes con canas y rodillas que crujen, pero con un swing que aún hace temblar la cerca.

Los encuentros se juegan de lunes a domingo, siempre antes de las seis de la tarde —para que los abuelos puedan llevar a sus nietos, para que los exjugadores que hoy trabajan en talleres o tiendas de abarrotes puedan salir a ver lo que fueron, y lo que aún son. Las gradas se llenan con banderas de los estados, tacos de carnitas, y el sonido de los altavoces que, aunque viejos, nunca fallan cuando suena el himno de un equipo.

Este no es un homenaje. Es una continuación. Porque en el norte de México, el béisbol no se retira: se traslada de la liga profesional a la liga del corazón. Y aquí, en los campos de tierra roja y las tribunas que nunca se vacían, los veteranos no juegan para recordar. Juegan porque aún les duele la pelota en la mano.