Nogales cierra fase perfecta y se lleva el título en el Campeonato Estatal de Béisbol Veteranos
El silencio de Nogales grita más que cualquier ovación. En este diamante, lo que importa no es correr, sino recordar cómo. Cada pitcheo es una llave que abre puertas que el tiempo cerró. Aquí, la experiencia no es memoria… es la última victoria que aún se puede ganar.
Eso fue lo que dejó Nogales tras cerrar la fase de grupos del Campeonato Estatal de Béisbol de Veteranos de 60 años: un silencio que habla más que cualquier grita de tribuna. En este torneo, donde cada pitcheo lleva el peso de treinta años de trabajo y cada batazo huele a polvo de diamante y nostalgia, no se trata de quién corre más rápido, sino de quién recuerda mejor cómo hacerlo.
En el grupo A, la lucha no se resolvió con jonrones, sino con decimales. Tres equipos luchando por un solo lugar, y Obregón se escapó no por fuerza, sino por consistencia: “solo diez carreras permitidas en tres juegos”, dijo el reporte oficial, como si fuera un mantra de veteranos que saben que la precisión vence al ruido. Cananea y Hermosillo, ambos con 2-1, se midieron en un duelo que no se jugó en el terreno, sino entre las líneas de una tabla de promedios. La victoria de los locales sobre los Capitalinos fue el hilo que desató el desenlace: los de Hermosillo se quedaron afuera, no por falta de talento, sino por un detalle que en esta edad —donde cada paso cuenta como un recuerdo— puede ser más decisivo que un hit en el noveno.
En el grupo B, Nogales no solo ganó: lo hizo como quien cierra una puerta con la llave que lleva toda una vida. Sin errores, sin nervios, sin ceder ni una entrada en momento crítico. Su pitcheo fue un muro de hielo en el desierto, su bateo, un reloj de pulsera que nunca se detiene. Agua Prieta, con 2-1, se aferró al segundo puesto como quien agarra el borde de un tren que ya se va. Nadie cuestionó su garra, pero tampoco dudó de la calma de los guindas: esos que no necesitan gritar para demostrar que aún saben jugar.
Detrás de todo esto, la maquinaria silenciosa de la organización: Samuel Pitin Vázquez y Ramiro Tapia, hombres que aún guardan en sus bolsillos las tarjetas de los años 80, cuando muchos de estos jugadores salían de las ligas menores con el uniforme aún húmedo de sudor y esperanza. No hubo quejas, ni apelaciones, ni polémicas en el micrófono. Solo el sonido de los guantes al cerrarse, el crujido de los bates de madera que han visto más partidos que muchos estadios, y ese silencio profundo que se respira cuando los hombres que una vez fueron héroes saben que este es su último turno en el diamante… y lo van a hacer bien.
Este domingo, en el diamante de Cananea, Nogales no solo busca un lugar en la final. Busca que el tiempo, que tanto les ha quitado, les devuelva un instante: el de una carrera anotada con precisión, de un lanzamiento que nadie pudo tocar, de un equipo que, aunque ya no corre como antes, sigue sabiendo cómo ganar. Porque en esta frontera, donde el viento trae el eco de los partidos de Tucson y los recuerdos de Hermosillo, la experiencia no es un adorno… es la única moneda que aún vale algo.