Los Dodgers y la constancia que rompe las reglas del béisbol moderno

En los barrios de Tijuana, los niños juegan con guantes de plástico y sueños más grandes que su realidad. Los Dodgers no solo ganan: persisten cuando el sistema les dice que no pueden. No necesitan gritar para ser legendarios. Solo necesitan una bola más. Aquí, la dinastía no se anuncia… se construye en silencio, al otro lado de la frontera.

Los Dodgers y la constancia que rompe las reglas del béisbol moderno

Es la historia que se vive en los barrios de Tijuana, en los campos de béisbol de Reynosa, en los gritos de los niños que imitan a Betts con guantes de plástico y bates de madera. No es solo un equipo que gana. Es un espejo de lo que significa persistir cuando todo parece diseñado para que fracases.

Los Dodgers de Los Ángeles llegan como campeones defensores, algo que no sucedía desde que los Filis de Filadelfia dominaban el béisbol antes de que muchos de los jugadores actuales nacieran. Pero lo que los hace distintos no es solo el título del año pasado. Es que, en los últimos seis años, han conquistado cinco títulos de división, superado las 100 victorias en cuatro temporadas, y ahora persiguen su tercer anillo en seis años. Una racha que no solo rompe récords: desafía la creencia de que en el béisbol, el caos siempre gana.

“Si quieres estar en la postemporada cada año y tener una chance de ganar la Serie Mundial… bueno, eso ya es algo más que un buen equipo”, dijo Mookie Betts, el corazón de esta generación desde 2020. Pero él no mira atrás. No habla de leyendas. Mira al dugout, al bullpen, al bate que aún no ha sido empuñado en el octavo inning. Su mundo cabe en un lanzamiento. En el siguiente. En el que viene.

La idea de “dinastía” ya no cabe en las viejas fórmulas. En la era de los playoffs ampliados, no se trata de dominar 162 juegos. Se trata de sobrevivir cuatro series de siete partidos. “Ahora solo necesitas ganar cuatro de siete”, recordó Bob Costas, recordando cómo los Bravos de Atlanta ganaron 14 divisiones seguidas… y solo un campeonato. ¿Eso los hace débiles? O ¿simplemente más resistentes?

John Thorn, historiador oficial de las Grandes Ligas, lo pone en perspectiva: “Hoy, una dinastía se mide por banderines consecutivos o títulos de división. No por los anillos de la Serie Mundial”. Y en ese sentido, los Dodgers ya están entre los más grandes. Han ganado 12 de los últimos 13 títulos de la División Oeste. Incluso cuando perdieron en 2021, terminaron con 106 victorias. Eso no es mala suerte. Es un sistema. Una cultura.

Freddie Freeman, el recién llegado con anillos de Atlanta y cicatrices de playoffs, lo dice sin fanfarria: “Ganar uno ya es casi imposible. Si logras tres en cinco o seis años… entonces sí, puedes llamarlo dinastía”. Pero no lo dice con orgullo. Lo dice como quien observa un río que nunca se seca. Como quien sabe que no se construye esto con gritos. Se construye con rutinas, con silencios, con jugadores que llegan y se quedan.

Los Yankees de los 90, los Atléticos de Oakland en los 70, los Rojos de Cincinnati… esos equipos dejaron huellas en la piedra. Hoy, los Dodgers no necesitan tres títulos seguidos para ser recordados. Solo necesitan uno más. Porque ya han demostrado que, en un deporte donde el tiempo, las lesiones y el azar son los verdaderos rivales, ellos no se desgastan. No se desvanecen. No se rinden.

En el vestidor, nadie cuelga carteles de “dinastía”. No hay retratos de leyendas en las paredes. Solo una lista de objetivos diarios, una rutina que no se discute, y el silencio de quienes saben que lo grande no se anuncia. Se construye. Paso a paso. Juego a juego. Bola a bola.