'Coyote’ en Nogales: Un rodaje que da voz y esperanza a la frontera
No vienen a filmar. Viene a escuchar. Cada taco ofrecido, cada dibujo de niño, cada nombre bordado en un pañuelo… es la verdadera escena. Aquí no hay migrantes. Hay padres, hermanos, hijos que caminan con el alma a cuestas. Esta película no cuenta una historia: la lleva en la sangre.
El inicio del rodaje de “Coyote” en Nogales no solo enciende las cámaras, sino también el corazón de una comunidad que ha visto de cerca lo que significa luchar por un futuro mejor. El alcalde Juan Francisco Gim Nogales lo dijo claro: esto no es solo cine. Es oportunidad. Es reconocimiento. Es vida que se escribe aquí, en la frontera, con sangre local y alma mexicana.
En una conferencia donde el aire olía a café recién hecho y a esperanza, el director Per Prinz, el protagonista Esai Morales y el productor Scott Smith caminaron entre vecinos que les ofrecieron tacos, abrazos y testimonios. Nadie les pidió permiso para contar la historia. Solo les dieron la calle, los barrios, los rostros cansados pero firmes que ya conocen el camino del coyote.
“No venimos a filmar un drama desde lejos”, dijo Prinz, mientras un niño de ocho años le entregaba un dibujo de dos manos unidas por un río. “Venimos a escuchar. A aprender. A dejar algo más que huellas de equipo. Queremos que esta ciudad se sienta dueña de esta historia, porque ella ya la vive cada día.”
La gente de aquí no necesita que le expliquen qué es el miedo. Ya lo lleva en la mochila. Lo que sí necesita es que alguien lo vea. Que lo escuche. Que no lo convierta en número, en estadística. Aquí, cada historia tiene nombre, apellido y familia que la espera.
Las locaciones no se eligieron por su estética, sino por su autenticidad: el mercado de la 16 de Septiembre donde las madres venden tortillas mientras miran hacia el norte, la calle donde los niños juegan con pelotas de trapo junto a los muros que separan, el puente peatonal donde los abuelos cuentan historias de quienes se fueron y nunca volvieron.
Esai Morales, quien lleva años interpretando a hombres que caminan entre sombras, dijo que esta vez no actuó. “Me senté con una mujer que perdió a su hijo en el desierto. Le pregunté si podía contar su historia. Ella me miró y dijo: ‘Sí, pero no la cuentes como si fuera de otro mundo. Cuéntala como si fuera tuya.’ Eso es lo que estamos haciendo aquí.”
Esta no es una película sobre migrantes. Es una película sobre padres, sobre hermanos, sobre hijos que se van con una sola esperanza: que alguien los recuerde cuando ya no estén. Y si Nogales se convierte en el lugar donde se cuenta eso, entonces esta ciudad no solo ha sido escenario… ha sido testigo.
La producción ha contratado a más de 80 técnicos locales, ha comprado insumos en tiendas de barrio, ha llevado a sus actores a cenar en fondas que no aparecen en los mapas turísticos. No hay villanos en esta historia. Solo personas. Y en cada esquina, alguien que sabe lo que significa salir con el alma a cuestas.
Al final, el director no habló de premios ni estrenos. Habló de una abuela que le regaló un pañuelo bordado con el nombre de su hijo. “Ella me dijo: ‘Si la película hace que alguien en Estados Unidos se detenga a pensar, entonces ya valió la pena.’”
El rodaje sigue. Y con él, la esperanza de que, por una vez, una historia que nace en la frontera no termine en un estudio de Hollywood… sino en la memoria de quienes la vivieron.