La UNAM busca entender el sufrimiento silencioso de sus estudiantes

Del 27 de octubre al 28 de noviembre de 2025, cualquier estudiante con número de cuenta activo puede entrar a una encuesta que no pide notas ni asistencias, sino lo que nadie dice en voz alta: “¿Te has sentido como si el mundo te hubiera dejado atrás, pero tú sigues caminando?”, “¿Has mirado el techo hasta las 4 a.m. buscando una razón para levantarte?”, “¿Has tomado algo —una pastilla, una cerveza, un humo— solo para que el silencio deje de gritar?”. Son preguntas que no se hacen en el comedor, ni en el lab, ni en los grupos de WhatsApp. Pero aquí, en este rincón digital, se responden sin vergüenza, sin juicios, sin miradas de reojo.

La UNAM busca entender el sufrimiento silencioso de sus estudiantes

Detrás de esto no hay un memo administrativo. Hay psicólogas y psicólogos de la Facultad de Psicología, caminando junto a especialistas del Instituto Nacional de Psiquiatría. El mismo equipo que, durante los peores meses de la pandemia, construyó Mi salud también es mental —una herramienta que ayudó a más de 12 países a no perderse en la oscuridad— ahora ajusta su voz al ritmo de quienes crecieron con alertas de Instagram, pero sin nadie que les preguntara si estaban bien.

La plataforma, accesible en www.saludmental.unam.mx, no guarda nombres, ni carreras, ni horarios de clase. Solo recoge silencios: cuántos en Derecho se despiertan con el pecho apretado, cuántos en Ingeniería se han quedado sin lágrimas, cuántos en Comunicación usan café como combustible y no como placer. Es un mapa de heridas que antes se callaban por miedo, por orgullo, por pensar que “todos lo pasan así”.

Y no se trata solo de medir el dolor. El 14 de noviembre, además de la encuesta, se lanzarán en la misma página infografías que hablan sin palabras, videos de menos de 90 segundos con ejercicios que te enseñan a respirar cuando el alma se ahoga, y herramientas que te ayudan a dormir sin pastillas, a parar el consumo, a reconectar con tu cuerpo después de horas frente a la pantalla. Cada respuesta moldea lo que viene después: si muchos dicen “no puedo dormir”, aparecen guías de respiración guiada; si muchos escriben “nadie me entiende”, se abren salas virtuales de encuentro, sin forzar, sin presión, solo con alguien que sabe lo que es sentirse solo en una ciudad de cinco millones.

Lo que hace diferente esta iniciativa no es su alcance, sino su humanidad. No es una campaña de redes. No es un cartel en el baño. Es un sistema que escucha, que se adapta, que se mueve con quien lo usa. Y si alguien marca riesgo alto —si su respuesta huele a desesperanza, a silencio demasiado largo—, el sistema no la abandona. Con su permiso, activa un puente: un psicólogo de su misma facultad, alguien que sabe qué significa estar en quinto semestre con tres trabajos, con familia al otro lado de la frontera, con el miedo de no ser suficiente. No hay llamadas forzadas. No hay intervenciones. Solo una voz que dice: “Estoy aquí. Si quieres, hablamos”.

La UNAM ya no solo enseña leyes, medicina o arquitectura. Está aprendiendo a sostener a quienes la construyen. Y lo hace sin discursos en el auditorio, sin folletos que se pierden en el viento. Con código. Con silencio. Con una pregunta que, por fin, no teme a la respuesta: ¿Cómo estás, en realidad?