Cientos de víctimas y desaparecidos por inundaciones sin precedentes en el centro de México
El agua se llevó puentes, nombres y silencios. No fueron tormentas: fueron negligencias que esperaron a que el cielo gritara. 80 muertos. 18 desaparecidos. Y una mujer que murió por una correa. Mientras los helicópteros suenan lejos, las madres siguen mirando el cielo… sin saber si alguien viene.
En la sierra de Hidalgo, el agua no solo bajó: se llevó casas, escuelas y el silencio que antes guardaban los montes. Los caminos ya no son caminos, sino grietas abiertas por la tierra hinchada. Los puentes, esos que unían pueblos con nombres que apenas se pronuncian en las ciudades, desaparecieron como si nunca hubieran existido. Las autoridades hablan de fallas sistémicas, de infraestructura olvidada, pero en las comunidades, lo que se siente es otra cosa: el peso de haber sido invisibles hasta que el cielo se rompió.
Los números, actualizados en la madrugada del jueves, ya no caben en pantallas ni en boletines: 80 muertos, 18 desaparecidos. Veracruz carga la mayor herida: 35 vidas apagadas, 7 personas que el río se llevó sin dejar huella. Hidalgo, con sus montes cubiertos de lodo, suma 22 fallecidos y 9 que nadie ha encontrado. Puebla, con sus valles convertidos en lagunas, registra 22 muertos y 2 que aún no regresan. En Querétaro, solo una vida se perdió —la de una mujer que se lanzó al agua para agarrar la correa de su perro, y no soltó hasta que el río la tragó.
En los centros de ayuda, las cajas se amontonan como ofrendas sin destino: pañales, frijoles enlatados, botellas de agua embotellada, pero pocos sacos de dormir, poca ropa seca, poca cobija para los niños que ya no tienen casa. Los voluntarios, con las manos llenas de barro y la voz rota, repiten lo mismo: “Nos dicen que hay camiones, pero nadie nos dice cuándo van a pasar”. En las redes, circuló un video de un hombre que gritaba el nombre de su hija entre el agua hasta que su voz se quebró en sollozos. Nadie lo ha vuelto a ver. Nadie ha dicho si ella respondió.
Las autoridades federales aseguran que el sitio de emergencia está actualizado. Pero en los pueblos más altos, donde el internet se mide en minutos de señal y el celular se carga con baterías de motocicleta, nadie ha visto esa página. La información no llega. Lo que sí llega es el eco de los helicópteros, lejanos, como si fueran un sueño que se escucha antes de despertar. Y mientras tanto, las madres miran el cielo. No por lluvia. Por si, por fin, alguien baja.