Lupillo Rivera revela sus errores, sus traiciones y el costo personal de una vida en el escenario
El cantante de regional mexicano, Lupillo Rivera, impacta al revelar sin rodeos en su autobiografía Tragos amargos que ha sido infiel de manera recurrente, declarando que "mi debilidad son las mujeres".
Fue algo más silencioso, más humano: una confesión que no buscó titulares, pero que se clavó en la memoria de quienes lo escucharon.
“Sí, he sido infiel… qué te digo, mi debilidad son las mujeres”, soltó sin pausas, como si ya hubiera rehecho esa frase en la ducha, en el auto, en las noches sin sueño. No fue una justificación. Tampoco un arrepentimiento en forma de discurso. Fue una declaración simple, casi desgarrada por su crudeza. Y en ese instante, el ícono del norte dejó de ser el cantante que llena estadios, y se volvió un hombre que lleva cicatrices que no se ven en los videos musicales.
La confesión llegó en medio de la promoción de Tragos amargos, su autobiografía que no es un libro de éxitos, sino un diario de errores. En sus páginas, no solo se revelan nombres, fechas y episodios que la prensa solo sospechó: se siente el peso de las decisiones tomadas en soledad, de los silencios que se convirtieron en costumbre, de los afectos que se usaron como anestesia. Entre las líneas, se esconde un patrón: mujeres que entraron y salieron como el viento en un baile de feria —algunas con nombre, otras con solo un recuerdo de perfume y una llave de hotel.
Lo que muchos creían que era solo una actitud de “macho del norte” —esa imagen que el propio Lupillo alimentó con canciones como “La Chica de la Mochila Azul” o “Mi Mujer, Mi Amante”— ahora tiene un rostro más complejo. No es un mujeriego por gusto. Es un hombre que, según sus propias palabras, nunca supo decir “no” cuando el corazón le gritaba algo que la cabeza ya había callado hace años.
En el libro, detalla cómo cada relación lo llevó a un lado distinto: una lo hizo creer en el amor verdadero, otra lo enseñó a no confiar, otra lo dejó solo en una habitación de hospital mientras su hermana se despedía del mundo. Y en medio de todo, la música fue su refugio, su escape, su voz cuando él ya no sabía qué decir.
Lo más impactante no es que haya sido infiel. Eso ya lo sabíamos. Lo que duele es que lo diga sin fingir que fue un error pasajero, sin buscar excusas, sin culpar a la fama, a la presión, a la vida. Lo dice como quien reconoce que, en algún momento, eligió lo fácil en lugar de lo justo. Y eso, en una cultura donde la virilidad se mide en conquistas, es casi una revolución.
El público que lo sigue desde los tiempos de Cintas Acuario, que lo vio crecer junto a Chalino, que lo gritó en los conciertos de Universal Amphitheatre, ahora lo escucha con otra oreja. No con admiración ciega, ni con juicio rápido. Con una especie de respeto silencioso: el que se le da a quien, después de tantos años, decide ser honesto —aunque duela.
En una entrevista tras bambalinas, un hombre de 62 años, con la camisa manchada de café y las manos temblorosas, le dijo: “Yo también le fallé a mi esposa. Y no lo dije en público. Tú lo hiciste. Gracias por no mentir”. Esa frase, grabada en un celular, circuló por grupos de WhatsApp como un himno no oficial. Nadie la compartió con hashtags. Nadie la usó para viralizar. Solo la pasaron. Como un secreto entre hermanos.
El arte no siempre nace del triunfo. A veces nace del desmoronamiento. Y cuando ese desmoronamiento lo vive alguien que durante décadas fue el espejo de lo que muchos querían ser —fuertes, insensibles, invencibles—, entonces el eco que deja no es de escándalo. Es de reconocimiento.
Porque al final, no se trata de perdonar. Se trata de entender. Y Lupillo, con sus palabras rotas y su voz cansada, no pidió perdón. Solo dijo la verdad. Y en el norte, donde las mentiras se disfrazan de orgullo, eso ya es un acto de valentía.