Lele Pons, Guaynaa y su bebé comparten un Halloween íntimo que conmocionó las redes
La influencer Lele Pons y su esposo, el cantante Guaynaa, rompieron con el habitual espectáculo de las redes sociales al compartir una íntima y sencilla celebración de su primer Halloween como familia junto a su hija Eloísa, de tres meses.
“Nuestro primer Halloween como familia”, escribió Lele Pons junto a una serie de fotos que, en menos de cuatro horas, se volvieron más que un post: un abrazo colectivo. No había luces de neón, ni drones sobrevolando el techo, ni coreografías ensayadas en estudios de Los Ángeles. Solo ellas: ella, su esposo Guaynaa, y Eloísa, la niña de tres meses que hasta ahora solo había sido vista en fotos borrosas, entre risas apagadas y mensajes privados. Esta vez, no hubo filtros. Solo verdad.
No fueron brujas. No fueron piratas. No fueron superhéroes. Fueron los niños que nunca dejaron de soñar. Lele, con su peluca de rizos dorados y el vestido de algodón que recordaba a Wendy Darling, sostenía a su hija como si temiera que el mundo la arrancara de sus brazos. Guaynaa, con su camisa de cuero y los pantalones ajustados, llevaba el disfraz de Peter Pan como si lo hubiera tejido con los recuerdos de su infancia en Barranquilla, donde los jueves eran para correr tras aviones de papel y la única magia era la que se inventaba en los patios traseros.
La bebé, envuelta en un pañal blanco con detalles de encaje hecho a mano por su abuela, llevaba una corona de hojas y flores artificiales —las mismas que se usan en las fiestas de cumpleaños en los pueblos de Sinaloa— como si Neverland hubiera llegado hasta su cuna, cruzando la frontera sin visa. Su rostro, apenas visible bajo la sombra de una gorrita de lana, no sonreía. No tenía edad para eso. Pero sus ojos —esos ojos que aún no conocen el ruido de las alarmas, ni las noticias, ni los memes— miraban hacia algo más allá de la ventana. Como si supiera, desde dentro, que esto no era un disfraz. Era un pacto.
La imagen se extendió como el eco de una canción antigua: madres que recordaron sus primeros Halloween con disfraces de cartón y pintura de agua; padres que, por primera vez en años, se vieron a sí mismos en esa foto; jóvenes que dejaron de hacer scroll y se quedaron callados, con el teléfono en la mano, recordando cómo era antes de que todo tuviera precio. No había patrocinios. No había hashtags obligatorios. Solo tres personas, en una habitación con la luz de una lámpara de noche y el sonido de un ventilador que no alcanza a callar el calor de la tarde, decidieron que lo más valiente no era mostrar el rostro… sino mostrar el amor sin maquillaje.
En los comentarios, los usuarios no pidieron más fotos. No pidieron marcas. No pidieron nombres. Solo escribieron: “Yo también quiero que mi hija crezca así”, “Gracias por recordarnos que lo más bonito no se compra”, “Esto es lo que mi mamá hacía, pero con papel de colores y cinta adhesiva”.
Mientras el mundo se prepara para el próximo Halloween con colecciones limitadas, promociones en tiendas de Walmart y influencers que ya tienen el disfraz listo desde mayo, en algún rincón de la frontera, una bebé de tres meses duerme con una corona de hojas sobre la cabeza. Y nadie sabe si mañana la volverán a poner. Pero hoy, por un instante, la ciudad dejó de gritar. Y escuchó.