Abelito y Marlene Favela encienden la conferencia de ‘Divorciémonos mi amor’
La risa que rompió el guion. La respuesta que no se grabó… pero todos la sintieron. No era entrevista: era un espejo de lo que vive en las colonias. Fama no los define. Ellos definen lo que significa ser de aquí.
La sala tembló de risas, aplausos y el sonido de cientos de teléfonos capturando cada segundo. No era un estreno de película ni un concierto de música urbana: era una entrevista que se volvió leyenda en cuestión de minutos. Favela, con su estilo desenfadado que sabe moverse entre lo serio y lo loco, le soltó a Abelito esa pregunta que nadie esperaba: “¿Qué serás? ¿Mi ahijado, mi sobrino?” Y él, con esa mueca que solo él sabe hacer —entre travieso y sincero—, respondió: “¿Qué quieres que sea? Es que es mi vecina también.” El silencio duró un segundo. Luego, el chat explotó.
En las redes, los memes empezaron a circular antes de que terminara la pregunta. Algunos lo tomaron como burla. Otros, como un homenaje a la vida real que vive en las colonias de Tijuana, Juárez, Reynosa —donde la familia no se elige, se hereda, se comparte, y a veces, se convive hasta en el mismo edificio. Nadie lo dijo en voz alta, pero todos lo pensaron: eso no es chiste. Eso es vida.
Mientras el aire aún vibraba con esa risa, los reporteros dieron el giro: hablaron de Aranza. La chica que lo acompañó desde antes de que su nombre sonara en los altavoces de las fiestas de la frontera. “Ella está conmigo desde antes de que esto se volviera ruido,” dijo Abelito, sin mirar al piso ni al techo, sino a la cámara como si hablara con un amigo en la cocina. “No me pide fotos. No me exige tendencias. Solo me dice cuando me veo cansado. Y eso… eso no se compra.”
La pregunta sobre el futuro —la casa, los hijos, el matrimonio— llegó con suavidad, casi como un susurro. Él no respondió con promesas de anillos ni fechas. Dijo: “Cuando el tiempo nos dé la razón, lo hacemos bien. No por lo que se ve, sino por lo que se siente. Ella y yo somos como el taco y la salsa: no necesitas explicar por qué funcionan. Solo sabes que no hay uno sin el otro.”
Al final, cuando se despidieron con un abrazo que duró más de lo que la cámara permitió, Favela le puso la mano en el hombro y le susurró algo que nadie escuchó. Pero el gesto lo dijo todo: no era un invitado. No era un cómplice. Era parte de la historia. Y mientras los periodistas se peleaban por las palabras, la gente en los barrios ya lo tenía claro: esto no era entretenimiento. Era un retrato. De dos hombres que saben que la fama no define quién eres —solo te muestra quién has sido todo el tiempo.