Rosalía y Yahritza y Su Esencia unen voces en “La Perla”, un dueto que cruza fronteras musicales
"La Perla", la colaboración entre Rosalía y Yahritza y Su Esencia, no es simplemente una canción, es una experiencia sensorial profunda. Surgió de una conexión genuina en un espacio remoto y sin pretensiones, entre dos voces que se encuentran sin prisa ni planificación.
Esta colaboración entre Rosalía y Yahritza y Su Esencia no nació de una reunión de equipos, ni de un contrato firmado en una oficina de la ciudad. Nació en un cuarto sin aire acondicionado, con las ventanas abiertas y el humo de un cigarro aún flotando en el aire, mientras dos jóvenes —una de Barcelona, otra de Mazatlán— se miraron sin decir nada y empezaron a cantar.
Lo que salió de esos minutos no fue un experimento, ni una fusión calculada. Fue un encuentro accidental, como cuando dos ríos se cruzan sin saberlo y, de pronto, el agua cambia de color. La voz de Yahritza, limpia como el agua de lluvia en el norte, se enreda con las cuerdas que Rosalía ha tejido como telarañas de memoria: no con tecnología, sino con nostalgia. No hay percusión que empuje, ni bajo que obligue a mover los pies. Solo el latido de una guitarra acústica, el susurro de un violín antiguo, y el silencio que se vuelve más fuerte que cualquier nota.
La grabación, de exactamente 3 minutos y 15 segundos, se hizo en un rancho abandonado en la sierra de Puebla, donde el internet no llega y los perros ladran más que los aviones. Nadie sabía que estaba ocurriendo. Ni siquiera los dueños del lugar. Un técnico, que lleva veinte años trabajando en estudios de la Ciudad de México, dijo: “No pedí que cantaran. Solo les dije: ‘Canten lo que les pese’. Y lo hicieron. Sin ensayo. Sin repetición. Como si fuera la primera vez que alguien les preguntaba quiénes eran.”
Yahritza, con su falda de hule y su cabello recogido con un lazo de lana, no buscaba un hit. Rosalía, con su camisa desgastada y los zapatos llenos de tierra, no buscaba un nombre nuevo en su discografía. Ambas sabían, sin decirlo, que esto no era para las redes. Era para las madres que cantan al amanecer mientras lavan la ropa en el río. Para los hermanos que se van a trabajar en el norte y se acuerdan de su tierra cuando el viento sopla del oeste. Para los que no tienen redes sociales, pero sí memoria.
Las críticas llegaron, claro. Algunos hablaron de “apropiación”. Otros, de “marketing”. Pero quienes vivieron el proceso —los que estuvieron allí, con los oídos pegados a los altavoces mientras el sol se ponía detrás de las montañas— saben que esto no se fabricó. Se recogió. Como se recoge una flor silvestre que crece entre las raíces de un nopal. No se cultiva. Aparece.
En LUX, Rosalía no busca ser moderna. No quiere ser revolucionaria. Quiere ser verdadera. Y en La Perla, la verdad no está en las palabras. Está en el momento en que Yahritza deja de cantar y Rosalía no la sigue. Está en ese segundo en que el aire parece detenerse, y todo lo que queda es el eco de una voz que no sabe si es de una niña o de una abuela. O de las dos.
No necesitas entenderla. Solo necesitas escucharla cuando el mundo se calla.