Ninel Conde renueva su imagen tras su paso por La Casa de los Famosos
Todo empezó con una foto. No una cualquiera: una imagen tomada en un campo de girasoles cerca de Sonora, donde el sol poniente le dibujaba sombras que antes eran suaves, ahora, geométricas. Los ojos —verdes como vidrio de botella bajo luz de neón— no eran de ella. Al menos, no los que recordaban sus vecinos de Monterrey, o los fans que la vieron en “Amor de barrio” hace quince años. Esa mirada no lloraba. No sonreía. Solo observaba, como si estuviera mirando a alguien más.
Las redes no tardaron en desglosarla. Un fotógrafo independiente de Tijuana publicó un análisis comparativo: la forma de su mandíbula, ahora más angulosa; el arco de sus cejas, levantado con microinjertos; los párpados, ligeramente elevados, como si alguien hubiera ajustado un parámetro en un programa de diseño. Nadie habló de cirugía. Pero todos sabían. En la frontera, cuando algo cambia demasiado rápido, no es magia. Es técnica.
“Antes, cuando hablaba, te miraba a los ojos como si te contara un secreto,” dijo una exsecretaria que trabajó con ella en una producción de Chihuahua. “Ahora, cuando habla, parece que está leyendo un guion que solo ella entiende. Como si su cara ya no fuera suya, sino una marca que se vende en paquetes.”
Las clínicas de estética en la zona fronteriza no confirman ni niegan. Pero en los pasillos de los centros de medicina estética de Reynosa, los técnicos susurran: “Ella no se hizo un lifting. Se hizo un reemplazo.” Implantes de pómulos, remodelación de la nariz con injertos de cartílago, pigmentación de iris mediante microinyecciones —no oficial, sí real— y un tratamiento de contorno facial con ultrasonido de alta frecuencia, que no deja cicatrices, solo definiciones.
Ninel no da entrevistas. No explica. Solo sube videos. En uno, camina por un jardín de cactus bajo una luna llena, con el cabello teñido de un rubio ceniza que parece haber sido teñido con pintura de aerosol. Su voz, más grave ahora, dice: “No me transformé. Me reprogramé.”
En los comentarios, los jóvenes de El Paso escriben: “Esa es la nueva belleza mexicana: no la que nace, la que se diseña.” Los de Ciudad Juárez responden: “¿Y qué pasa con la que ya no se reconoce en el espejo?”
Lo que antes era un cambio de look, hoy es un acto de reinvención. No hay tristeza en su rostro. Solo calma. Como quien ha dejado atrás una versión que ya no le servía, y ahora camina con la certeza de que, en esta tierra donde todo se vende y se reinventa, hasta el rostro puede ser un producto de lujo… y ella, su mejor cliente.