Michelle y Victoria: la maternidad vivida lejos del ruido

En un departamento de Polanco, entre libros de poesía y tazas de café frío que nunca se terminan, dos mujeres han estado escribiendo una historia que nadie pidió que contaran —pero que, sin saberlo, muchas otras ya estaban esperando escuchar.

Michelle y Victoria: la maternidad vivida lejos del ruido

No fue un anuncio en redes, ni un video viral con música de fondo. Fue una conversación en la cocina, a las tres de la mañana, mientras el aire acondicionado zumbaba como un insecto cansado. Una dijo: “Si esto funciona, quiero que sea contigo”. La otra no respondió. Solo apretó su mano. Y eso fue suficiente.

El método ROPA —esa palabra técnica que suena como un código secreto entre científicos— se convirtió en su lenguaje cotidiano. No lo eligieron por moda ni por tendencia. Lo eligieron porque, después de años de mirar fotos de bebés en brazos de otras parejas, entendieron que la maternidad no se mide en sangre, sino en presencia. En quién se levanta a la noche. En quién se queda despierta escuchando el silencio. En quién decide que, aunque el cuerpo no sea el tuyo, el amor sí lo es.

  • Las citas en la clínica de Coyoacán, donde las enfermeras ya saben sus nombres sin necesidad de revisar las carpetas
  • Las noches en Monterrey, revisando resultados de genética con un médico que les preguntó: “¿Y si el bebé hereda el humor de ustedes dos? ¿Están listas para eso?”
  • Las sesiones con la psicóloga que les dijo: “No están buscando un hijo. Están construyendo una familia. Y eso no se programa. Se vive”
  • Las llamadas a sus madres, que al principio callaron, luego lloraron, y finalmente dijeron: “Hijo, lo que importa es que lo quieran”

Michelle y Luz no son activistas. No llevan camisetas con eslogans. No van a marchas. Pero cada vez que Michelle se somete a la estimulación ovárica, Luz la abraza desde atrás, con la frente apoyada en su hombro, como si pudiera transferirle fuerza por contacto. Y cuando Luz lleva el embarazo, Michelle lee en voz alta cuentos que nunca existieron —historias de niñas que crecieron con dos mamás, sin necesidad de explicación.

En el norte, donde las fronteras se sienten más cerca de lo que la geografía dice, muchas familias han aprendido que el amor no se define por quién dio el óvulo, ni por quién parió. Se define por quién se queda. Quien lava los pañales. Quien aprende a cantar la canción de cuna aunque no la sepa. Quien, cuando el bebé llora, pregunta: “¿Qué necesita hoy?”, y no “¿Quién es su madre?”

Ellas no han subido una sola foto del embarazo. Ni siquiera le han dicho a su vecina del quinto piso. No por miedo. Porque para ellas, la maternidad no empieza con un ultrasonido. Empieza cuando el silencio entre dos personas deja de ser vacío, y se llena de un latido que, aunque aún no se oye, ya es parte de su casa.

En unos meses, cuando el bebé nazca, tal vez hablen. Tal vez no. Pero ya saben una cosa: no importa cómo se llame el proceso, ni quién lo llevó. Lo que importa es que, por primera vez, ambas pueden decir, sin dudar: “Soy madre”. Y que la otra, al escucharlo, responda con una sonrisa, sin necesidad de palabras.