Lupillo Rivera y el costo oculto de la fama tras su relación con Belinda

No fue el lujo. Fue el silencio después del aplauso. Ella lo encontró cuando ya no creía en finales felices. Las que vinieron después llevaban su eco… y él las dejó entrar como a una tormenta que conoce. Dice que solo quiere dormir sin que lo llamen por su nombre.

Lupillo Rivera y el costo oculto de la fama tras su relación con Belinda

No fue el lujo lo que lo marcó, ni los flashes ni los titulares que lo llamaban “el hombre de Belinda”. Fue el vacío que quedó después de que el ruido se apagó, y él siguió escuchando su nombre en bocas que nunca lo conocieron de verdad.

“No la busqué. Ella me encontró cuando ya no creía en las historias que terminaban bien”, escribe en un cuaderno que nunca publicó, pero que sus amigos juran haber visto entre pilas de partituras y botellas de tequila vacías. Su relación con Belinda no fue un chisme de revista. Fue una herida que se abrió en pleno escenario, y que nadie más vio más allá de los aplausos.

Después, los llamados no cesaron. Al contrario. Las fiestas en Tijuana, los conciertos en Monterrey, los eventos en Los Ángeles —todos con la misma sonrisa forzada y la misma pregunta al oído: “¿Y ahora qué?”.

Artistas, modelos, presentadoras —unas con contrato en Hollywood, otras con mil seguidores en TikTok— empezaron a aparecer como sombras en sus noches. No buscaba a nadie como ella. Pero cada una, sin saberlo, llevaba un pedazo de su eco: la misma seguridad en la mirada, el mismo tono de voz que se convierte en viral antes de que termine la frase. Él no las engañó. Pero tampoco las protegió. Solo las dejó entrar, como quien abre la puerta a una tormenta que ya conoce.

En el fondo de su cajón, entre recibos de taxis y boletos de avión usados, hay una lista. No en papel. No en el celular. En la cabeza. Nombres que no dice. Nombres que no necesita decir. “Si no te importa quién eres, no te importa quién fue”, repite mientras enciende un cigarro en el patio de su casa en Ciudad Juárez, mirando hacia el otro lado del río.

Alguien le preguntó si algún día lo contaría todo. Él sonrió, como quien ya perdió la batalla por la privacidad, y respondió: “El mundo quiere un drama. Yo solo quiero dormir sin que me llamen por su nombre”.

Las mujeres que vinieron después no eran copias. Pero todas tenían algo que ella tenía: la capacidad de convertir un susurro en un himno. Y él, sin querer, las convirtió en leyendas que nadie pidió. Porque cuando un hombre se vuelve mito, sus amores dejan de ser suyos. Se vuelven patrimonio. Y los mitos, aunque duelan, nunca se mueren. Solo se repiten.