Son Heung-min impone su nivel en la MLS con precisión y contundencia
No lo vieron venir. Sin selfies, sin ruedas de prensa, solo goles que cambiaron el pulso de la MLS. En Tijuana, Mexicali y Juárez, ya no miran a Messi para soñar: miran a él para creer. La liga ya no vende estrellas. Vende momentos que no se olvidan.
Más de una década dominando las noches de lunes en Inglaterra, y de pronto, sin fanfarrias ni ruedas de prensa, apareció en Carson con la camiseta puesta, los pies sobre el césped y nueve goles en diez partidos. Nadie lo vio venir. Nadie creyó que un jugador sin nombre de portada, sin selfies en TikTok ni cámaras persiguiéndolo desde el aeropuerto, pudiera cambiar el pulso de la MLS con solo correr, interceptar y finalizar. Pero así fue. Y ahora, hasta los que decían que el fútbol en EE.UU. era un espectáculo sin alma, miran los marcadores y callan.
Su sueldo de 10.368.750 dólares lo pone en el segundo lugar de la nómina, pero lo que realmente importa no está en los ceros del contrato: está en los segundos que gana, en los empates que convierte en triunfos, en los partidos que se vuelven eventos en los bares de Tijuana, Mexicali y Juárez. No vendió una marca. Vendió resultados. Sin gestos teatrales, sin cámaras lentas de celebración, solo el gol. Ese que hace que un padre le diga a su hijo: “Mira, ese es el que mató al Galaxy”.
Mientras tanto, en Miami, Lionel Messi sigue siendo el norte. Su contrato extendido hasta 2028 —con 20.446.667 dólares en total— no es solo un negocio: es una declaración de intenciones. La liga ya no quiere estrellas que llenen butacas. Quiere símbolos que llenen historias. Que hagan que un niño en Monterrey se levante a las 5 a.m. para ver un partido, no por curiosidad, sino porque sabe que lo que está viendo es algo que nunca volverá a repetirse.
Y en ese mismo mapa, los otros nombres no llegaron por su fama. Llegaron porque su juego encaja.
- Rodrigo De Paul, con 3.619.320 dólares, no es un refuerzo: es el hilo que sostiene el tejido de Messi. El que recoge lo que el otro deja, el que lo libera para que juegue como si aún tuviera el Camp Nou bajo los pies.
- Hirving “Chucky” Lozano, con 7.633.333 dólares, representa lo que muchos ya saben: el talento latino no necesita ser importado como una mercancía. Ya está aquí. Ya ganó en Alemania, en Italia, en la Champions. Solo necesitaba un lugar donde su velocidad tuviera espacio para respirar.
- Jonathan Bamba y Wilfried Zaha llegan con cifras que parecen contenidas, pero con un riesgo calculado: jugadores que pueden explotar en un segundo o desaparecer en otro. Pero en la MLS, a veces, el caos es la estrategia.
Y luego está Thomas Müller. A los 34 años, no es el jugador que ganó todo en Bayern. Pero sí es el que entiende el fútbol como un lenguaje. El que sabe cuándo moverse, cuándo desaparecer, cuándo gritarle a un compañero. En un mediocampo cada vez más físico, él es el que hace que el juego se vuelva inteligente. No tiene el nombre de Messi, pero en los clubes de la frontera, ya lo llaman “el cerebro”.
Mientras algunos solo ven cifras y hablan de locura, los que viven entre dos mundos —donde el fútbol es parte de la rutina, no del entretenimiento— saben la verdad: la MLS ya no contrata para vender camisetas. Contrata para que un domingo en el patio de una casa en Tlalnepantla, alguien apague el futbol mexicano, encienda el televisor y diga, sin dudar: “¿Ese no era el que jugó en el Tottenham?”. Y no porque lo vio en un anuncio. Sino porque lo vio hacer lo que nadie más podía: marcar cuando el partido ya estaba perdido.