Gausman lanza sin errores hasta la séptima y Yamamoto da vuelta la Serie Mundial con un jonrón histórico

El béisbol no se escribe en contratos, se graba en silencios. Gausman lanzó como un reloj hasta que la perfección se equivocó. Yamamoto ganó sin gritar, como quien sabe que lo más fuerte no necesita eco. Aquí, en la frontera, lo que no se ve… es lo que duele.

Gausman lanza sin errores hasta la séptima y Yamamoto da vuelta la Serie Mundial con un jonrón histórico

Pero el béisbol, como bien dice quien lo vive, no se rige por gráficas ni por contratos de 110 millones.

Kevin Gausman entró con la misión de contener a un equipo que parecía invencible. Su splitter, esa arma silenciosa que ha convertido a los bateadores en espectadores, funcionó como un reloj suizo hasta la sexta entrada. Seis ponches, cero bases por bolas, 17 bateadores retirados de forma consecutiva —el récord más largo de su carrera en playoffs—. No hubo gritos, ni celebraciones tempranas. Solo el sonido metálico del guante al cerrarse, y el silencio de quienes saben que algo grande está por venir.

Entonces llegó la séptima. Y con ella, dos rectas que no estuvieron donde debían estar. Una a la altura del cinturón. Otra, apenas por encima. “No sé si lo resolví, creo que simplemente cometió un error y pude aprovecharlo”, diría más tarde Max Muncy, tras enviar la segunda bola de Gausman al jardín central. Antes, Will Smith ya había encendido el estadio con un jonrón solitario, casi como un susurro que se convirtió en estruendo. Dos vuelta completas. Dos errores de milésimas de pulgada. Y el marcador cambió de lado.

Gausman no perdió el control. Solo perdió la perfección. Y en la Serie Mundial, eso basta. Su recta seguía viajando a 96 millas por hora, su splitter seguía cayendo como una hoja en otoño. Pero el béisbol no premia la consistencia si el rival es más constante. Yoshinobu Yamamoto, el japonés que ha redefinido lo que significa ser un “ace” en este nivel, completó su segundo juego completo en dos partidos consecutivos. La primera vez que sucedía en la Serie Mundial desde 2015. Nadie lo vio venir. Pero todos lo recordarán.

En el dugout de Toronto, nadie hablaba de desilusión. Hablaban de lo que había sido: un lanzador que lleva tres viajes a postemporada, con tres equipos distintos, y que aún cree que puede hacerlo una vez más en 2025. No es un hombre que busca gloria. Es un hombre que entiende que el béisbol no se gana con contratos, sino con minutos. Con entradas. Con una bola que cae justo donde el bateador no espera.

Yamamoto, por su parte, salió con la misma expresión que tenía al entrar: tranquilo, casi indiferente. Como si lo que acababa de hacer —un juego completo en la Serie Mundial, con cuatro hits, cinco ponches y cero errores— fuera solo otra tarde en el parque. Pero en ese silencio, en esa serenidad, estaba la verdadera lección: en el deporte más impredecible del mundo, a veces, el más frío es el que gana.

Aquí, en la frontera, donde los niños aprenden a lanzar con una pelota de trapo y un palo de madera, nadie se sorprende cuando un hombre como Yamamoto se convierte en leyenda sin gritar. Aquí sabemos que el talento no necesita altavoces. Que la grandeza no se anuncia con fuegos artificiales, sino con la quietud de quien sabe que el juego no se gana con lo que se paga, sino con lo que se da. Cada bola. Cada entrada. Cada minuto que se queda en el montículo, aunque el mundo ya haya apagado las luces.

Y cuando el último out se registró, y los jugadores del Dodgers se quedaron mirando el césped como si hubieran perdido algo que nunca tuvieron, un viejo vendedor de tacos de canasta en la calle contigua levantó la vista, sacudió la cabeza y dijo: “Eso es béisbol. Lo que no se ve, es lo que duele.”