Joven de 28 años hallado muerto en zona oeste de Phoenix
La madrugada del viernes dejó un dolor profundo en el barrio de Buckeye, donde el cuerpo de José Luis García, un joven de 28 años conocido por su sonrisa fácil y su constancia en las rutas de reparto, fue hallado sin vida cerca de una calle lateral sin alumbrado. Testigos cercanos aseguran haber escuchado gritos poco antes de la medianoche, pero nadie salió a ver qué ocurría. La policía, que llegó en menos de siete minutos, confirmó que el caso no es un accidente: hay señales claras de violencia intencional.
José Luis trabajaba para una empresa de logística que entrega comida a domicilio entre Phoenix y las comunidades fronterizas. Sus compañeros lo recordaban como el que siempre se quedaba un poco más para entregar el pedido con una nota escrita a mano: “Gracias por confiar en mí”. Su hermana, entre lágrimas, dijo que no le creía cuando le llamaron a la puerta: “Él no se mete en problemas. Él solo lleva tacos y café a la gente que no tiene tiempo de cocinar”.
Las cámaras de seguridad de la tienda de abarrotes de la esquina y de una gasolinera a tres cuadras están siendo revisadas minuto por minuto. No hay imágenes claras de un sospechoso, pero sí un vehículo negro sin placas visibles que se alejó lentamente por la calle 127, justo cuando el reloj marcaba las 11:43. La policía no ha descartado que el ataque fuera personal, ni que haya sido un error fatal en una noche de tensión creciente en la zona.
En las aceras del barrio, ya hay velas encendidas y fotos de José Luis pegadas con cinta adhesiva a los postes de luz. Vecinos que antes miraban para otro lado ahora se reúnen en grupos pequeños, con teléfonos en mano, preguntándose si alguien más será el próximo. “Aquí no se trata solo de un muerto”, dijo una mujer de 62 años mientras colocaba una flor junto a la cinta policial. “Se trata de que ya no nos sentimos seguros ni siquiera cuando volvemos a casa con las bolsas de la compra”.
Las autoridades han activado una línea directa para recibir pistas anónimas, y prometen revisar cada llamada, sin importar lo insignificante que parezca. Mientras tanto, familias de otros repartidores han organizado rondas de vigilancia voluntaria, con linternas y radios de mano, decididas a no dejar que el miedo gane. La investigación sigue abierta, y aunque aún no hay nombres, sí hay una pregunta que ya no se puede ignorar: ¿cuántos más tendrán que morir antes de que alguien haga algo real?