Jóvenes de Arizona logran prohibir el vapeo en espacios públicos con una campaña silenciosa

Lo que comenzó como un proyecto de clase se convirtió en un susurro que sacudió las salas de poder. “No quería que otro de mis amigos se volviera un número en una estadística de emergencias por vapeo”, dijo Sid Gupta, estudiante de tercer año de la Desert Mountain High School. Con 16 años, caminó entre los pasillos de su escuela con un clip de papel y una hoja impresa: más de 2,300 firmas, cada una con un nombre, una historia, un miedo compartido. La cifra superó el límite legal para presentar una propuesta formal… y nadie lo vio venir.

Jóvenes de Arizona logran prohibir el vapeo en espacios públicos con una campaña silenciosa

El viernes pasado, el Consejo Municipal de Scottsdale aprobó por unanimidad una reforma que prohíbe el uso de dispositivos electrónicos en espacios públicos: restaurantes, parques, bares, y especialmente dentro de un radio de 50 pies de cualquier escuela, biblioteca o centro comunitario. Las multas llegan hasta $300. Pero lo que realmente conmovió a los regidores no fue el texto de la ley, sino quién la escribió: un adolescente que no llevaba un abogado, ni un lobby, ni un discurso pulido. Solo llevaba voces reales. “Dos de mis compañeros terminaron en el hospital con neumonía por vapeo. Uno ya no puede correr ni un kilómetro”.

La consulta ciudadana registró un 93% de apoyo —el más alto en décadas para una modificación al código de conducta local. Los dueños de tiendas, que al principio temían perder ventas, ahora colocan carteles junto a sus puertas: “Aquí no se vapea. Por respeto a todos”. Algunos incluso lo escriben en español, sabiendo que muchos de sus clientes vienen de la otra orilla, donde las leyes aún no alcanzan.

Gupta no quiere ser viral. No busca entrevistas ni hashtags. Sueña con estudiar política pública en la universidad, para cambiar reglas antes de que las cambien por él. Pero ya dejó algo más fuerte que una norma: una pregunta que se quedó clavada en las mentes de quienes la escucharon. “¿Por qué lo que daña a los adultos es ilegal, pero lo que daña a nosotros no?”. No gritó. No exigió. Simplemente mostró. Y en una ciudad acostumbrada a las presiones de grandes empresas, una voz joven logró lo que los lobbies no pudieron: hacer que la ley se pusiera del lado de quienes aún no tienen voto, pero sí derecho a respirar.