Tres ataques violentos manchan las fiestas de Halloween en el Valle de Phoenix

A solo una hora de distancia, en una comunidad cerrada de Scottsdale, entre Bell Road y Thompson Peak Parkway, la fiesta parecía sacada de una película: calabazas de plástico colgando de los árboles, linternas de papel que danzaban con la brisa nocturna, y música que no dejaba de sonar. Pero cuando el grito se escuchó, todo se detuvo. Un chico de 16 años, vestido como un superhéroe de cómic, yacía en el césped, sangre manchando su capa. Los invitados se quedaron paralizados. Alguien corrió por la puerta trasera. Nadie lo siguió. Nadie lo detuvo.

Tres ataques violentos manchan las fiestas de Halloween en el Valle de Phoenix

Lo que nadie dijo al principio —y que ahora circula en grupos de WhatsApp entre padres preocupados— es que esa fiesta, la de Phoenix y la de Mesa, no eran eventos aislados. Todas habían sido anunciadas bajo el mismo hashtag: #HalloweenValley2025. No había boletos. No había seguridad. Solo una página de Instagram con fotos de jóvenes con máscaras, gritando “¡esto va a ser épico!” y un mapa difuso que señalaba tres casas en el este del valle. Entradas gratis. Cerveza en cubetas. Y la creencia de que, porque era Halloween, todo estaba permitido.

En Mesa, a menos de diez minutos en auto, un joven de 22 años cayó con un puñal en el costado. No hubo tiros. No hubo multitudes. Solo dos grupos que se cruzaron, una palabra mal dicha, y un cuchillo que no volvió a su funda. La policía no ha dicho si hay conexión, pero los agentes saben algo que aún no comparten: los tres incidentes ocurrieron en un radio de menos de diez millas, entre las 11:20 p.m. y la 1:15 a.m., como si alguien hubiera trazado un camino de violencia con el dedo.

Las cámaras de las calles cercanas captaron lo que nadie quiere recordar: siluetas corriendo entre autos estacionados, neumáticos chirriando al arrancar en reversa, y una bolsa negra, dejada como basura frente a una casa en Scottsdale. Dentro: un arma sin número de serie, dos casquillos vacíos, y un iPhone con la pantalla agrietada. El último mensaje enviado antes de que se apagara decía: “Ya no hay vuelta atrás”. No se sabe quién lo escribió. Pero todos lo leyeron.

En las redes, los videos siguen circulando: risas, bailes, gritos de “¡feliz Halloween!”, y luego —de repente— el silencio. Algunos dicen que vieron algo brillar en la mano de alguien. Otros juran que escucharon un chasquido, como un globo reventando. Nadie quiere ser el primero en hablar. No por miedo a la venganza —aunque también eso—, sino porque saben que, si hablan, ya no podrán decir que no lo vieron. Que no lo supieron. Que no estuvieron ahí.

La línea de Silent Witness suena sin parar. Más de trescientas llamadas. La mayoría, de voces temblorosas que apenas susurran: “Estaba en la puerta… no quise meterme…”. Pero la policía ya no pregunta quién disparó. Pregunta: ¿quién se fue? ¿Quién se calló? ¿Quién, entre ustedes, todavía lleva esa camiseta manchada de sangre, y no la ha lavado?